Por: Rafael R. Ramírez Ferreira
Las leyes son como las telas
de arañas: los insectos pequeños
quedan atrapados en ellas,
los grandes las rompen.
Ana Carsis.
Hoy, hasta me avergüenza leer los periódicos y ver la desfachatez o el desconocimiento al cual aducen determinados personajes de nuestra sociedad, sobre determinados hechos. Ya es inocultable, que hasta para hacer cual trato o compromiso, aún y te lo ofrezcan sustentado en la palabra de honor, te ves forzado a elaborar un documento que debe de ser admitido bajo firma obligatoriamente. Y esto es así, porque ya la palabra es algo tan leve que es arrastrada por el viento ya que, el honor que la apoyaba perdió su peso abrumado por la desvergüenza.
Para todo recibes, envuelto en una publicidad o propaganda engañosa, una respuesta veloz como un rayo, que en principio parece verosímil, porque fue elaborada para que escuches lo que ellos saben que tú quieres oír y esto, no solo es en la política partidaria, si no, en todas las acciones que diariamente se producen, donde participan todo tipo de autoridad y de comerciantes, aunque muchos, disfrazados hasta de apóstoles en la tierra, enfrascando inflados egos con indeterminados megalómanos.
Al parecer, ya no existe leitmotiv que los haga siquiera el tratar de desarraigar de sus personalidades esa vanidad perniciosa que los acompaña en todos sus actos; y, sobre todo, esa soltura desprovista de sentimiento alguno para manipular la verdad, llegando a crear su propio mundo de mentiras, engaños, manipulaciones y negaciones, que los hacen vivir y sentirse como pez en el agua. Y es que, de tanto mentir, permitir indelicadezas y hasta traicionar, es lo que les ha hecho descubrir, que el encubrimiento y manipulación de la verdad, se puede convertir en un gusto adquirido, del cual disfrutan.
Vivimos en este país, ahogado por las indelicadezas políticas, para las cuales no existen leyes que puedan contra esto -perdón-, en realidad hay leyes, lo que son pocos son aquellos llamados a aplicarlas y, al parecer, aun y no contamos con aquellas leyes por tradición, en apariencia eso también dejó de ser y es lo único que explique la razón del porqué -supuestamente o no-, los presidentes no caen presos. Esto, hasta el día que llegue el que si, como en su momento quisieron imponerme sobre el castigo impuesto a un general, con el san Benito no escrito, de que los generales no caían presos.
Estamos plenamente de acuerdo que nos encontramos frente a un mundo cambiante, donde los valores -al igual que la verdad-, son los primeros en ser lanzados a la hoguera, pero, de igual manera, debemos mantener la esperanza de que, en algún momento, aparecerá quien se haga cargo del timón moral que nos conduzca al final glorioso de esta guerra que llevamos a cabo, en un mar incierto, lleno de inmadurez; corrupción, insensibilidad y despotismo.
La caótica situación que se ha creado, desde hace unas décadas, por parte de los políticos y este pueblo pendejo y comparón -por demás-, me hace recordar, aquello sobre el amor, que en alguna parte y en algún momento leí, no sé escrito por quien, y, que se parece a la relación políticos- pueblo, que ese amor es un juego terrible, peligroso, en el que uno de los jugadores pierde el dominio de sí mismo y el otro se adueña de su vida. A buen entendedor, pocas palabras, ¿cierto? ¡Sí señor!