Ilusos aquellos que pretenden ocultar la verdad en estos tiempos Porque: Por más que se intente ahogar  la verdad, esta siempre sale a flote. 

 

Por: Rafael R. Ramírez Ferreira 

“La maldad vuelve al remitente, 

la envidia a quien la siente, 

la mentira a quien la dice y 

el amor, a quien lo ha dado”. 

El dinamismo producido en este primer cuarto de siglo, teniendo como protagonista principal al internet, ha hecho, que todo sea inocultable y las realidades que en el pasado y el presente se pretendían y pretenden hacerlas desaparecer, bajo el manto del olvido, se haya convertido en algo imposible de ejecutar. En pocos minutos, todo se conoce en esta media isla de punta a punta, cosa esta que en el pasado estaba destinada a un grupo muy reducido. 

El aislamiento ha quedado en el pasado, ya que hoy, los que viven de estos medios, se multiplican como la verdolaga, esparciendo noticias veraces, medias verdades, falsedades y toda una avalancha de morbo o sensacionalismo, con el único fin de obtener los deseados “me gusta”.  

Es tal la cobertura lograda, que no hay rincón donde no penetren por medio del celular, y, de esto, los políticos se dieron prontamente cuenta, razón por la cual se han adueñado o pretendido adueñar de la manipulación de la verdad por medio a estos influencers, plataformas digitales y unos que otros comunicadores “independientes” que, salvo contadas excepciones, han adoptado el comportamiento clásico del veterano cazador, al acecho de una buena presa. 

Son estas circunstancias, entre otras, que han propiciado el escenario perfecto para el accionar de las famosas “fuentes”; fuentes de las sombras, individuos con conexiones para obtener y filtrar todo tipo de comprometedoras documentaciones.  

Bien conocido es, que la información siempre ha tenido un precio pero, ahora, es todo un viejo, delicado y secreto método de extorsión que se ha hecho público y vulgar; se han abierto las ventanas por donde soplan vientos con hedor a sobornos, chantajes y donde las descalificaciones fluyen; donde los políticos en sus viscerales y desgarrantes dimes y diretes, cual si se tratase de la incisión de un grotesco absceso, hacen brotar al público las podredumbres, las corrupciones que, al más alto nivel, han caracterizado la administración pública en los últimos 29 años para desgracia de la nación. Administraciones estas, presididas por tan solo 4 huéspedes temporales del Palacio Nacional, tres de ellos reciclables, con sus respectivos popis y otros tantos nacidos como la auyama, es decir, con la flor en el C…o. 

Pero, como dice el refrán: “Nada es tan malo que todo lo que tenga sea malo”, ha sido precisamente ese reciclaje con sus respectivas claques y las verdades que se han desprendido de los ya públicos, constantes y por demás inmorales dimes y diretes entre esa claque política, lo que ha llevado a la sabiduría popular expresar que: “La depravación moral constituye el denominador común de la clase política nuestra”. 

En consecuencia, salvo honrosas excepciones, nos encontramos infectados por políticos desprovistos de virtud, políticos que han promocionado una sociedad en donde la moral, la ética y el civismo, han pasado a ser retoricas, recuerdos de un pasado no tan lejano. Y es que, como sociedad, paulatinamente, nos han conducido por el sendero que conlleva a la total degradación moral, una sociedad en donde la demagogia, prácticamente, ha sustituido a la democracia. 

Reiteramos, el encontrarnos en esta situación política no ha sido algo fortuito, ya que, solo se ha ejecutado la ley que rige el universo, la cotidianidad, la ley de “Causa y Efecto”, porque, aquellas lluvias de hacen 64 años trajeron estos lodazales. Un lodazal político-económico que inició a partir del 30 de mayo del 1961 cuando, cual, si se tratase de una hambrienta jauría, notables y privilegiados personajes -por demás amigos del jefe-, activaron un clic que les daría acceso al preciado botín de guerra, la fortuna del dictador, en sí, el patrimonio de la Nación. 

Continuaremos en el próximo por el mismo camino, aunque a muchos les pique. ¡Si señor! 

 

 

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